Peñíscola: Donde cada piedra es una leyenda, cada calle un relato

Pues sí. Quien visita la población castellonense de Peñíscola puede estar seguro de que en su casco antiguo, en ese cerro sobre que destaca el castillo templario que sirvió de refugio y morada al Papa Luna, cada calle es un relato y cada casa una sensación de encontrarse ante un instante decisivo del pasado. Cada piedra, cada piedra…una leyenda que hay que escuchar.

 

 

No conviene desaprovechar la subida peatonal que hay hasta el castillo para escuchar a las piedras, a las que forman los arcos y murallas, incluso a aquellas sobre las que se asienta la Iglesia de Santa María. Hay que intentar imbuirse en la historia, en la tradición, en aquellos momentos del siglo XV que fueron importantes, no sólo para la historia de la Iglesia mundial, sino de España. Porque vamos a dejar de lado un poco otras cuitas beligerantes que poco o nada nos van a aportar, desde las guerras carlistas a la guerra civil española, pasando por alguna que otra revuelta popular. Lo importante es centrarse en ese personaje sin igual que fue Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII, más conocido por el Papa Luna.

Y ahí está su figura vigilante de todo el que sube por la calle en cuesta que lleva hacia el castillo. Sentado, observando y deseando hablar y contar su historia. ¡Perdóneme el atrevimiento¡, quizá la obscenidad de mi actuación, pero no hay nadie mejor que el protagonista para contar su realidad. Así que con toda la naturalidad del mundo en este recorrido me senté junto a él, no para hacerme la foto que todo turista quiere hacerse y que muchas veces hace cola para ello, ¡no¡ me senté a su lado para escucharle.

Benedicto me miró con una mirada profunda, y antes de que yo pudiera preguntarle el por qué de que algunos lo consideraran un santo, otros un nigromante, o que incluso se apuntase que había hecho un pacto con el demonio o que eran los ángeles quien le ayudaban, y que si él se consideraba un papa o un antipapa, me contó su historia y alguna de las leyendas que a su alrededor nacieron durante su vida y tras su muerte.

 

 

“Aquí, abandonado por todos, encerrado en este castillo, refugiado tras estos muros, tuve que vivir tras ser depuesto en el año 1411 en el Concilio de Pisa, y ser considerado un antipapa. ¡Y no¡ ¡Yo soy el verdadero Papa”. Lo defendí durante toda mi larga vida (murió a los 94 años) y lo sigo defendiendo para que todo el mundo lo sepa. Por ello, paseo el 23 de mayo por los corredores del palacio (falleció el 23 de mayo de 1423) , recordándoselo a todo el que me quiere escuchar. Mi cuerpo puede que haya desaparecido, pero no la fuerza de mi espíritu”.

No queriendo importunar más a Benedicto, que había ido cambiando su rostro metálico de una inicial dulzura a una cara de cierto enfado, y ante la visión de la cola de turistas que estaban esperando a que yo dejase libre el banco para hacerse la instantánea oportuna, me despedí del Papa Luna y continué mi camino para coronar los 64 metros de altura con el nivel del mar que separan al castillo del azul y hermoso Mediterráneo.

Sea verdad o no, lo cierto es que en el ambiente y tras hablar con él, me aventuro a pensar que una de las leyendas que se mueven en Peñíscola alrededor de nuestro Papa Luna, pudo ser verdad. Yo la cuento y ustedes decidan.

 

 

Obcecado como estaba y está en defender su papado, Benedicto quiso regresar a Roma desde Peñíscola para defender su nombramiento, y para ello descendió al embarcadero del castillo a través de una escalera “mágica” que había construido con sus poderes en una sola noche. Allí subió a una galera, la Santa Ventura, y dirigiendo su báculo hacia el horizonte, extendió su manto sobre las aguas y la nao emprendió vuelo, cubriendo la distancia entre la población castellonense y la capital de la Iglesia en una sola noche, pero el viaje no sirvió de nada, teniendo que regresar al castillo donde protegerse de sus enemigos. Pero lo peor no fue eso, sino que al descender de la galera, y subir por la escalera perdió su anillo pontificio en el mar y por mucho que lo buscó no pudo encontrarlo. Anillo que por cierto aun no se ha encontrado. Gema que el Mediterráneo acuna en sus aguas.

Peñíscola es algo más para quien la visita, pero de sus otras maravillas habrá que hablar en otro momento. Tan sólo recordar la maravillosa playa de arena fina que fue, por ejemplo, protagonista de la película El Cid, las vistas desde el castillo, y sobre todo, el sabor místico, misterioso que guardan celosamente sus piedras.

 

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Felipe Alonso

Autor: Felipe Alonso

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