Naturaleza, paz, armonía, estar en Babia

Aun quedan en España lugares por descubrir, que aportan tal singularidad que ni siquiera los hombres se los han podido cargar. Son zonas de interior alejadas de las urbes principales. Son valles rodeados de altas montañas donde fluyen los ríos, donde los prados de un verdor insultante y en los que pastan caballos, contrasta con el cielo azul, limpio que por la noche se puebla de estrellas. El valle lo cierra una muralla de alta montañas, de más de 2.000 metros que separan a León de Asturias. Estamos hablando de una Reserva de la Biosfera, de un valle leonés poco conocido. Estamos hablando de Babia.

 

Babia

A poco más de una hora de la ciudad de León, dejando atrás el embalse de Barrios de Luna, se encuentra la ermita de la Virgen de Pruneda, puerta de entrada a uno de los valles más agraciados por la naturaleza que se pueda visitar en España.
La carretera se adentra en el valle camino de la población de San Emiliano, que junto con la de Cabrillanes son los municipios que agrupan unos 28 pueblos, casi aldeas, por los que se distribuyen algo más de 1.600 vecinos.
La sensación no puede ser más expectante, más satisfactoria, superando incluso la idea que se había hecho el viajero cuando tomó la decisión de llegarse hasta la comarca de Babia.
Desde luego no se trata de un lugar imaginado, ni tampoco de cuento, o como aquel paraje de cierta película que aparecía y desaparecía en función de quien lo viese. Es una realidad palpable en donde la naturaleza anida. Es, simple y llanamente, una parte de la cara leonesa de la Cornisa Cantábrica.
Bien lo sabían los reyes astur leoneses cuando aprovechaban este lugar para tomarse un descanso; o los pastores trashumantes que aquí también hacían un alto en su peregrinar con su ganado. Y de ahí aquello de “Estar en Babia”. De estar observando esta maravilla, y no de esa acepción algo peyorativa que se ha aplicado a esta afirmación de “estar distraído”.
El valle abrupto de San Emiliano permite contemplar uno de esos murallones de piedra, roca, nieve y hielo, que es Peña Ubiña de 2.417 metros de altura; también subir por la carretera que une la comarca con Asturias, hacia el puerto de la Ventana. Ver como se deslizan multitud de arroyos por las laderas hasta formar futuros ríos. Caso, por ejemplo del Sil, que es un aprendiz en este valle y que acompaña con su silencio el sueño de quien tiene la suerte de poder alojarse en una de las casas rurales que se ofrecen en el entorno. Y aprovechar para llegar hasta la cascada de Rebezo, y ver como la naturaleza es sabia.

 

Uno o dos paseos por los diferentes pueblos transmiten una sensación de paz, de tranquilidad, de sosiego que al caer la noche se ve interrumpido por el canto de las ranas cuando se dirige el viajero hasta la Laguna Grande, desde donde se pueden observar las estrellas en un cielo limpio que invita, en época veraniega a tumbarse en el suelo y contemplarlas en todo su esplendor. Es algo que ofrece esta Reserva de la Biosfera.
Pueblos salidos de un cuento jalonan el valle, alguno con casa blasonada, como es el caso de Torrobarrio. Otros con una señal nueva que no está incluida en el código de circulación, la de “precaución gallinas sueltas”, y es que un vecino de Torrestío se cansó de que algún vehículo se llevase por delante a una de sus gallinas y por eso ha puesto estas señales para evitarlo. Aquí también puede visitar el pueblo más alto de León, se trata de La Cueta.
Anochece y tras mirar el cielo, no hay nada mejor que retirarse a la lumbre de la chimenea de una casa rural con encanto en la que además, y es algo bastante constante en Babia, no hay televisión, casi no funciona internet ni los teléfonos móviles.

 

Paz, naturaleza, descanso, tranquilidad, sensaciones…Estamos en Babia.

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Felipe Alonso

Autor: Felipe Alonso

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