Miles de personas se dieron cita en la ciudad marinera de Castro Urdiales (Cantabria) durante el pasado viernes santo para presenciar el mayor acontecimiento de su Semana Santa, la Pasión Viviente, que representa, con enorme realismo y devoción, la pasión, muerte y resurrección de nuestro señor Jesucristo protagonizado magistralmente por Alejandro Izurieta.
Hace casi 40 años Castro decidió sustituir las procesiones por este enorme acontecimiento, que, organizado por la Asociación Cultural Pasión Viviente, ha arraigado con gran fuerza en la población. Desde el más mísero leproso hasta la figura de Jesús, pasando por las autoridades y soldados romanos, los apóstoles o los componentes del Sanedrín, más de 600 castreños, incluyendo familias enteras, viven la Pasión apasionadamente.
Jueves Santo
El prólogo de la Pasión tiene lugar al anochecer del jueves santo con las tropas romanas marchando con antorchas en busca de Jesús desde la explanada de esa “pequeña catedral” que para los castreños es la iglesia de Santa María, imponente desde lo más alto de la ciudad.
Se inicia el recorrido por el casco antiguo. Tras el registro la leprosería, un seguidor de Jesús anuncia la llegada del Mesías a Jerusalén en la plaza del Ayuntamiento. La lectura del edicto de Poncio Pilato antecede a la carga de los romanos contra los mercaderes de la plaza. La representación concluye con el apresamiento de los ladrones y su encarcelamiento en las mazmorras de Torre Antonia, regresando a la explanada de Santa María.
Viernes Santo
Alrededor de Santa María -¡qué mejor escenario!- se desarrollan los primeros capítulos de la Pasión arrancando con la última cena, para seguir con la oración en el huerto de Getsemaní, el beso de judas y el prendimiento. El juicio del Sanedrín judío tiene lugar en el interior del templo con una bellísima representación de los alegatos contra Jesús del sumo sacerdote Caifás y otros miembros de Sanedrín.
De vuelta al exterior, Judas encoge el corazón de los asistentes con su arrepentimiento y su estremecedor suicidio colgándose de un árbol. El espectáculo toma visos de obra de teatro en los juicios de Poncio Pilato y de Herodes, este último trasladado junto a Castillo, a espaldas de Santa María.
El posterior vía crucis se desarrolla por las calles de la población, impregnado de angustia y carga dramática por las caídas de Jesús, los encuentros con María Magdalena, su madre y Verónica, la ayuda de Cirineo para portar el madero y la crueldad de sus captores durante todo el recorrido, que conmueve a los espectadores.
El vía crucis culmina en la Atalaya, abarrotada de público para asistir el instante más emocionante de la Pasión, la crucifixión de Jesús junto a los ladrones y su muerte, seguida con un impresionante silencio. El evento concluye con el descendimiento y la resurrección de Jesús.
En resumen, más de cinco horas de un espectáculo auténtico, emocionante, riguroso y descarnado, absolutamente recomendable y que, como decíamos en un artículo previo, encumbra la Semana Santa.
Fotos y video: MotoryViajes.com
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