En la Antártida con Hurtigruten.

Explorador…; pero con comodidades.

¿Viajes imposibles? Ya queda poco, pero la Antártida está por encima de cualquier otra opción.  Para unos, un viaje sin fronteras para ver “la nada”, porque eso es lo que dicen los más exceptivos o los que no se pueden pagar el capricho. Para otros uno de los pocos lugares de la tierra que atraen a todos como un gran reto, curiosamente, sin explicar bien el por qué. Pingüinos, frio, viento, y mucho libro que nos recuerda las aventuras que hemos querido realizar cuando éramos niños. El continente blanco está de moda.

Rumbo a la Antártida, uno se quiere sentir como esos grandes exploradores de finales del XIX y principios del XX. Estamos en uno de los grandes barcos de crucero del mundo, que tiene poco en común con los que en otros tiempos se aventuraban por los fríos confines del Océano Antártico. Cuando el MS Fram suelta amarras del puerto argentino de Ushuaia comienza una de esas grandes experiencias que se realizan sólo una vez en la vida.

Aunque navega por aguas muy lejanas, como el Fram, mantiene un inconfundible ambiente nórdico que se nota en mil detalles. Desayunos muy noruegos: roll mops, ensalada de gambas, salmón y ahumados… Todo como en un buffet de Oslo, pero camino de la Antártida. Y entre comida y comida, desayunos opíparos, chocolate y pasteles. Las horas de navegación pasan deprisa, mirando el mar y conversando con turistas de todo el mundo.

El viaje tiene mucho de educacional sobre el tema polar. En las horas de navegación por el estrecho de Drake, entre la Tierra de Fuego y la Península de Palmer, diferentes conferencias nos acercan a los detalles de la vida natural en la zona pero también nos recuerdan esas épicas aventuras de personajes como Amundsen, Scott, Gerlache, o Bellinghausen, ahora recordados sobre todo en topónimos de la zona que localizamos sobre los mapas: allí están la gran barrera de hielo de Ross, la Tierra de Graham o la Isla de Charcot. Todo con una mezcla de curiosidad y reto personal.

Por supuesto  siempre se recuerda el drama del fracaso de la Expedición Imperial Transantártica Ernest Shackleton, en 1914, que aunque no consiguió ninguno de sus objetivos, se convirtió en una odisea famosa con final feliz: tras el naufragio de su barco, el Endurance, consiguió llegar hasta la Isla Elefante, y mantuvo con vida a todos los expedicionarios, que lograron sobrevivir más de dos años sobre hielos a la deriva protagonizando uno de los viajes más épicos de la historia de las exploraciones.

Nuestra experiencia es más confortable.  Isla Decepción es la primera escala y todos bajamos a tierra con una especial emoción. La verdad es que estamos todavía muy lejos del corazón de este gran continente blanco, en la estrecha península que sale hacia el Cabo de Hornos, como queriendo mantener un contacto con el resto del planeta. Aquí hasta la chatarra es un tesoro. Las viejas maderas nos dicen como fueron los inviernos en una playa volcánica. Es una de las llamadas Shetland del Sur, con un extraordinario paisaje y una extraña forma de caldera inundada que se abre al mar a través de un estrecho canal, los Fuelles de Neptuno, que forman un puerto-refugio natural. Un especialista alemán, experto en geología, nos indica que este es uno de los pocos lugares del planeta en el que los barcos pueden navegar dentro de un volcán en actividad. La última erupción fue en 1970.

Más dramática es aún la experiencia de amanecer en Neko Bay, un paisaje desolado en el que las protagonistas son las grandes masas de hielo que rompen unas contra otras empujadas por la fuerza de las olas.  En el entorno, una  fauna que parece creada para los dibujos animados.

Gaviotas, gaviotines, petreles del cabo, cormoranes y focas, orcas y ballenas, entre los mamíferos marinos. Proseguimos navegando por la costa de la Península Antártida para llegar a la siguiente escala, en una antigua base inglesa, Port Lock-Roy, en la isla Wiencke, del archipiélago Palmer, convertida en museo por la fundación británica Antartic Heritage en 1996. Las antiguas casas de madera, de los años 50, permanecen abandonadas sobre unos promontorios rocosos. Cientos de pingüinos corretean de un lado para otro, mientras unos voluntarios cuidan de las instalaciones durante los cuatro meses que permanece abierta al público. Incluso en esas latitudes se aprecia ese delicado toque  “british”.

Más información:
www.hurtigrutenspain.com

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Autor: Redacción

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